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2. El Testigo

La habitación estaba mal iluminada. No se trataba la luz tenue de algún candil con una llama feble, lo cuál hubiese dotado de cierto ambiente de sutileza a la estancia, era más bien de un compacto velo de pura oscuridad. Se veía negro. Desde mis pies hasta el techo, una mirada vertical de abajo a arriba no ofrecía nada más que no fuese el retrato del vacío. A pesar de todo, la puerta y su pomo se distinguían con la claridad necesaria como para decirme que, si quisiese, en cualquier momento podría salir. Podría, sin duda… Pero tardé un tiempo en decidirme. No era un espacio desagradable, no era confuso, no era malo… Era un cubículo de pura nada. Era la materia misma de la ausencia. En este estado del casi perfecto no-ver, en esta fantasía de la invisibilidad, uno se descubría en ocasiones siendo mecido por la noche artificial de la habitación. Eran buenos sueños, porque no eran sueños de nada. Una especie de vigilia atemporal, que desmontaba cualquier constructo del… tiempo. 


Sí… El tiempo. 


En esa habitación el tiempo era… ¿Qué hora era? En esa habitación negra no eran horas lo que regía el tiempo… Si no su ausencia. Entonces… ¿Qué era era la que quedaba fuera de las horas del tiempo? Por primera vez en todos los ¿minutos?… por primera vez en todo los días que pasé en esa habitación sin tiempo de el no estar entonces, pude cerciorarme de algo que no fuese el contacto con el suelo, de abajo a arriba, pues toqué finalmente las paredes y corrí en el sentido del tacto hacia el pomo preguntándome cuántos meses habían pasado desde que nací en esa habitación. No hubo tiempo para cuestionarme en qué momento de toda mi vida tardé años en decidirme por finalmente abrir la maldita puerta. 


En un instante, temblante, cogí el pomo, empujé con fuerza y al otro lado de la habitación que nada era me encontré… 


Un pequeño jardín. 


Un simple camino de tierra rodeado por flores y pasto. La paleta del mundo a mi alrededor rebosaba con los colores de una estación difícil de ubicar. La sensación del viento golpeando contra mi piel, el aroma suspendido en el aire que abordaba mis fosas nasales y el sonido distante de una boya flotante inundaron mi percepción y armonizaron para todos mis sentidos la imagen y sensación de una realidad nueva. Estoy en casa, pensé. Y poco a poco, como los pétalos que caen de una flor, como el flujo de agua que se vuelve uno con la corriente de un río, como el polvo en ascenso que danza por el aire… Comencé a desvanecer. Volviendo a un lugar dentro de todo, fuera del tiempo. 




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1 comentario


que bonito pablo quíxente

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aun no tengo dominio web punto com

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