10. Disco y corre
- srpableras7
- 14 may 2024
- 3 Min. de lectura
“¿Te has detenido en lo que quieres?”
El chico parpadea dos veces.
“¿Perdón?”
Incluso con la música a máximo volumen, el joven en el local había oído perfectamente lo que le decía la mujer al otro lado de la pista. La audición no era un problema, pero su pose torpe y la rígida forma en la que cogía la bebida, hacían que su mente se ocupase en no hacer el ridículo. Se aseguraba, de forma disimulada, de poder esconderse en una indiferencia falsa. Pero aún así, la mujer le hablaba.
“Todo el mundo tiene nombres para lo que ansía, etiquetas para lo que ama. Pero tú estás en la pista, y no bailas.”
Los separaba una piscina de baldosas, una carretera de luces. Era una bella distancia. Era bella, sin razón alguna. El espacio que los distancia poetizaba la escena, y daba hueco para una danza de personas de cartón, atrezzo de copas y verbena.
“¿Me estás diciendo que soy un muermo?”
“No lo pensaba, hasta que tú mismo te lo has llamado.”
“Mierda.”
Finalmente se rompió la magia, la ilusión se deshizo cuando ambos pisaron la pista, y se acercaron lentamente, para resguardarse bajo el foco cercano de la bola de discoteca.
“Solo me molesta ver que alguien no se lo pasa bien en una fiesta. Es como ver arder al agua.”
“Pero eso mola.”
“Sí, quizás sí seas un muermo.”
“Mierda.”
Sin mediar palabra al respecto, ambos comenzaron a tomar la posición de un vals, agarrando la mano el uno del otro.
“Esta no es una canción de vals.”
“Como si alguien supiese lo que está haciendo.”
Las dos figuras estaban rodeadas por la multitud de juerguistas, pero al contrario de lo que había temido el chico, nadie se fijaba en ellos. El escenario era suyo, en cuerpo y esencia. Personal en más que lo personal, pues era el acto compartido entre dos desconocidos delante de un público que no observa.
“No soy especialmente bueno con los pasos.”
“Cuántas cosas te atormentan…”
“Tampoco me gusta el alcohol, ni soy especialmente fan de las fiestas.”
“¿Entonces para qué vienes a una?”
“Para que la gente no lo sepa.”
“Pero te gusta bailar.”
“En mi casa, a solas, sin que nadie lo sepa.”
Ella se rió de él. No con él, o por él. Se rió de él. Su boca decía una cosa, pero sus caderas hablaban primeras. Se adelantaban a cualquiera de sus prejuicios y le daban una respuesta que conocía, pero de la que no quería saber nada.
“¡Si tanto te gusta bailar, entonces hazlo sin siquiera pensar en nada!”
Su danza hasta ahora comedida se rompió en mil pedazos que siquiera pudieron ser reconocidos. El chico quedó por un momento ensimismado en la explosión de pasos y luces y expresiones de jolgorio de esta chica cualquiera. Pero hechizado, solo tenía una idea en la cabeza.
“Los venenos te escogen a ti, no tú a ellos. No ames por pensar en amar, si no que simplemente ama.”
Se pasaron un buen rato bailando, más de lo que el chico pensó que podía bailar. A veces fue tonto, a veces ridiculo, pero fue bello, el espacio que ocupan y la cercanía que los conectaba, tenía fragancia y peso.
Al acabar, insistió de forma ligera, pero no consiguió el número de aquella mujer. Lo sabía como de forma predestinada, que en el momento en el que la perdiese de vista, no volvería a aparecer de entre la maraña de personas. No fue con pena, si no con consentida gracia, que entendió que nunca volvería a verla, y que lo que atesoraba en sí era el recuerdo de algo mucho más valioso que un ligue de una noche.
Al día siguiente, bajo la lluvia de una mañana gris espesa, el chico se pateó la ciudad entera buscando alguna tienda de fachada bonita que expusiese alguno de esos lujosos discos de moda, para poder comprarse una guitarra nueva.

Comentarios