1. Degüello
- srpableras7
- 5 abr 2024
- 2 Min. de lectura

“¿Qué es lo que quieres?”
La chica lo escuchó a duras penas, con toda la sangre y la bilis, la hemorragia no se distanciaba mucho del ruido. Una nebulosa en su consciencia que la obligaba incluso a recordar quién era. Costó un tiempo navegar por el laberinto derruido de su mente, pero poco a poco, los sentimientos entumecidos volvieron a brotar. El sufrimiento y el peso del sufrimiento. La idea de que esto es lo que era ahora.
La lluvia golpeaba indiscriminadamente la acera y la carne de la chica. Esa cosa magullada y cercenada que era su cuerpo. Ese tumulto desagradable que no se diferenciaría del cuerpo degollado de algún animal en una carnicería. Del bosque de sus más inmediatas emociones, de las raíces de su sistema nervioso que le decía que estaba muriendo, algo macabro floreció. Una simple pregunta:
“¿Por qué?”
Si te desangras, mueres. Es sentido común. Es como funciona la naturaleza. Entonces… ¿Por qué? Una vez atravesado el umbral del dolor, la cuestión se volvía mórbida. ¿Cómo sobrevive el pensamiento en un cadáver al que le han cortado la cabeza? La piscina de hemoglobina se volvió lo suficiente grande, lo suficiente profunda, como para provocar vértigo en la chica. Un nudo en su… ¿Garganta? Un invisible nudo en el espacio vacío entre su cuello y el resto de su cuerpo, a menos de medio metro: La posibilidad de que ahora fuese así. La toma de conciencia de que algo había salido terriblemente mal. Algo que por nada del mundo un ser humano debería experimentar. Superar la muerte. Una broma de mal gusto para toda la historia de delirios de personas que pensaban en cómo sería la inmortalidad. ¿Juventud eterna? ¿Iluminación? ¿El Cielo?
Si mantuviese la mandíbula en su sitio, la chica reiría.
La virtud de la ultratumba no era más que la experiencia de ser un muerto. Nada adelanta a la parca. Y si te pasas de frenada…
“¿Qué demonios me espera ahora?”
El hombre se acercó, asegurándose con delicadeza de que con su paraguas cubría la silueta derrumbada de la chica. Era un burdo detalle. Era como perfumar a un ahorcado. Asegurarse de que no te estás mojando es el último de tus problemas cuando te ahogas en tu propia sangre. Para cualquier transeúnte y viandante, el trato que debía recibir este difunto no era más que el propio de un muerto como cualquier otro. No se la podría tratar como a otra cosa que no fuese un cadáver.
Pero el hombre se acercó, para asegurarse de que la chica quedaba bien resguardada, inclinó su paraguas a lo bajo y lentamente, tendiéndole la mano al triste fiambre, preguntó:
“Dime: ¿Qué es lo que quieres hacer ahora?”

pablito encántame todo o k fas